MADAME DOE A MR. SMITH: MODA, MUERTE Y PERIODISMO DE MIERDER
Qué rogocijo, amigo mío, me ha causado su carta. ¡La feria milanesa de la moda a la que, religiosamente, peregrinan nuestras revistas a mendigar desprestigiada! ¡Los buitres comienzan a disputarse los despojos del negocio! Sabe usted que siempre he pensado que el demonio habita en Mayfair, por lo que no me extraña la superioridad carroñera británica… ni el servilismo de los mediocres. El sangriento cierre de filas británico me ha recordado un notable artículo sobre un filósofo ajeno a la cultura popular que leí hace algunas semanas. Viene mucho al caso. Cito:
«Educado en los más selectos ambientes de la puritana Boston, Santayana aprendió a identificar los restos de barbarie que aún latían (y laten) bajo la apariencia de refinamiento de este puritanismo protestante de corte productivista. Amante del paganismo de Lucrecio y de la simbología católica de Dante, se pregunta ‘si la mente del norte, incluso en Shakespeare, no permaneció morosa y bárbara ante su núcleo más íntimo’. Ahora que el sueño de Europa vuelve a verse amenazado por esa secular fractura entre puritanismo nórdico y el paganismo meridional, no está de más una mirada tan desacomplejada desde un gozoso epicureísmo». Manuel Ruiz Zamora (Santayana y la sabiduría de la distancia) en El País.
Desde el prescindible sur, qué gozo el salvaje espectáculo que narra… Mi anarcofashionismo no estaba tan satisfecho desde que vi desfilar a la tal Juana Martín en la MBMFW (a ver quién es el poeta que reivindica eso). Pero yo tenía pensado soltarle uno de mis rollos sobre la relación entre la moda y la muerte, y eso voy a hacer. Lo desencadenó un artículo de Jesús Ferrero (La política de la negación, en El País) que, sensatamente, conecta la anorexia y la asexualidad con la sobresaturación de sexo y comida de nuestro vil mercado global, antes conocido como sociedad del bienestar occidental. Dice:
«Cuando los sistemas se empecinan en repetir siempre los mismos mensajes incitadores, generan asfixia en el cuerpo social, y empiezan a surgir rebeliones y místicas de la negatividad. Los anacoretas del siglo III después de Jesucristo huían al desierto porque rechazaban políticamente la disipación tan publicitada por el sistema romano. Era una opción mística, pero a su manera era también una opción política que consistía en abandonar la polis y todas las incitaciones del poder. San Agustín, que fue de joven amante de los espectáculos circenses y sangrientos, sabía algo de eso. Creo que es desde ese ángulo desde donde debemos ver el movimiento de los anoréxicos, por un lado, y por otro el movimiento de los nuevos apáticos y negadores del sexo».
Como a estas místicas contemporáneas, a mí la dictadura de la tendencia me lleva por el camino de la abstinencia total de la misma y de un desprecio profundo a sus sirvientes, una reacción si quiere infantil que me reconcilia, de paso, con el actual estado de mi bolsillo. Por otro lado, al desvelárseme totalmente su verdadera cara, la del voraz consumo (aquí puede llamarme naïve o tonta del culo), apenas si puedo controlar a la fascista antisistema que llevo dentro. El capitalismo y sus ritmos diabólicos, esos que tratan de mantenernos en la rueda del hamster hasta el infinito y más allá, asesinan toda posibilidad de trascendencia al invisibilizar la propia muerte. Y no le hablo de religión, espiritualidad new age o budismo, que (aún) no me llega hasta ahí el misticismo murciano. Le hablo del más viejo aún disfrute de la vida misma (me he rendido a Epicuro y cía), pero también del tacto de mi primer abrigo de lana-lana, un lujo que hoy la clase media (la que queda) ya no se puede permitir. Solo de pensar en el roce y el acabado de lo último que compré hace más de un año, no sé si en Zara o en Asos, me entran ganas de llorar. Prefiero el uniforme de la revolución cultural pasado por un filtro Cronenberg.
Me interesa, y mucho, lo que me cuenta de los periodistas de moda y de su sumisión, porque viene al caso de mi pasado domingo. Tratando de sacarme de encima la mierder de vivir en España (de soportar la indigna fiesta del Ibex o que los podridísimos Cortina & Cue sean considerados filántropos porque dan de comer a 75 familias madrileñas), me refugié en la prensa internacional que encuentro en el kiosco-supermercado-ferretería-cafetería-parafarmacia de este lugar desasistido por Movistar, pero no por decenas de jubilados británicos y alemanes de color naranja y cano. Doy gracias a Madonna, American Top Forty y los videoclips de la tele de los 80 (sábados y domingos por la mañana) por mi grado de compresión del inglés, suficiente para fichar los artículos que, en menos que canta un copy+paste, veremos directamente copiados, vagamente remixeados o profesionalmente versionados en la prensa ejpañola, web o papel. Paradógicamente, el sistema que nos ha convertido en meros traductores de inglés para la (ya perdida) gran masa de lectores, le ha arrebatado a esta la comprensión lectora de su propio idioma. No solo no les interesamos: ej que no nos entienden.
Sabedores de la desconexión entre el público y sus escribidores (nosotros), en Planeta están rizando el rizo de la bajeza, lindando con el timo. Ejemplo: el libro Las cuatro estaciones de Eugenia Silva, recién publicado. El texto sugiere cuál es el nivel lector de los interesados en la moda en este país. Reza así:
«El otoño es una estación de transición entre el intenso calor del verano y el tremendo frío del invierno. Tenemos tres meses de cambio que, si bien a veces es muy brusco, normalmente deja temperaturas algo más suaves que las que suele haber en diciembre, enero o febrero. Lo que está claro es que la ropa de verano ya no nos sirve y que todavía no debemos recurrir a los abrigos de invierno, porque aún no suelen ser necesarios». Eugenia Silva.
¿Cómo se le queda el cuerpo? ¿Y el alma? La situación de punto final en el periodismo de moda/femenino atañe también al resto del colorín de la prensa diaria. Ya sabe usted que, en la práctica periodística que nos ocupa y asquea a partes iguales, lo normal es que un encargo venga acompañado de un recorte o link a la historia original de otro. De hecho, la seguridad y maniobrabilidad de l@s redactor@ jef@s se ha socavado hasta tal punto que la posibilidad de vender un tema se multiplica por 10 si este ya ha sido publicado por un medio internacional. De ahí la cantidad de asuntos ajenos a la realidad española que hemos de leer en suplementos, revistas y demás colorines: el miedo campa a sus anchas en las redacciones, y nadie da un paso al frente para apostar por un reportaje, una entrevista o un artículo que se salga de la promoción masiva, el apoyo a los anunciantes o los asuntos a los que ya han dado su visto bueno las cabeceras globales. A efectos prácticos, El Mundo copia-compra a The Guardian y El País, a The New York Times, aunque la barra libre en las webs de Independent, Telegraph, Washington Post, Times, Economist y demás luminarias corre que se las pela. Ahora que El Mundo amenaza con un inminente muro de pago, no hay razón para que cualquier lector de periódicos que se maneje en la lengua del Imperio no se informe directamente en las webs originales. Dese cuenta, señora: usted también puede citar de primera mano a Paul Krugman.
Así la cosas, muchos nos vemos entre la espada de nuestros dilemas morales y la pared de la mecánica cobarde de las redacciones. Un poco como lo que decía Vicente Verdú de Stefan Zweig, pero en un negociado mucho más prosaico:
«Justo en un tiempo parecido al actual (considerando que nos hallamos en el centro de una inesperada III Guerra Mundial) Robert van Gelder, redactor de The New York Times, entrevistó a Stefan Zweig para su periódico. El escritor dijo: ‘Estos meses (de 1940) han sido fatales para la producción literaria europea. La norma básica para cualquier trabajo creativo sigue siendo la concentración y jamás ha sido tan difícil de alcanzar para los artistas. Porque, ¿cómo concentrarse en medio de un terremoto moral? ¿Qué significa la perfección artística en un momento así, cuando está en juego el destino de nuestro mundo real e individual?’. En definitiva, ¿cómo revestirse de lentejuelas en el momento de deshaucio o en pleno dominio de un creciente cementerio de excluidos, material y moralmente?».
Después de escudriñar la prensa guiri, la española me duró un suspiro. Ojeada, eso sí, al nuevo suplemento de El País que viene a ser lo mismo, pero con un diseño que ahora está a la altura de sus erráticos contenidos (aunque qué bonita es la Bauhaus, la pongas donde la pongas). Sé que a usted estas lides nacionales le interesan menos que cero. En las páginas salmón me encontré con un anuncio inesperado: el señor Óscar Becerra sustituye a Madame La Bonet. Llegan hasta mi playa verdaderos alaridos de placer de antigu@s damnificad@s. Parece que sí, que con el negocio editorial disminuyendo a ojos vista, la selección natural sigue su curso no solo en las fashion weeks. Yo, como la reina de corazones, grito: ¡Que les cooooooorten la cabeza!
PD: Me llena de orgullo y de satisfacción reconocer que utilizo mi único bolso-bolsa de Louis Vuitton para llevar desde la compra hasta los patines. Sin embargo, el maltrato al que lo someto no ha logrado acabar con él, y va ya para 10 años. Hoy no gano en un mes lo que costó ese shopper bag: es la mejor compra que haré jamás. Una pena que hoy el común de las oficinistas ya no pueda permitírsela. Y cito a Caitlin Moran por intermediación del muro compinche de Frank Vurdalak:
«Para mí, cuando eres de clase obrera, el éxito lleva implícito una serie de obligaciones que no puedes desatender: Ayudar a tus amigos, hablar siempre de desigualdad de clase, del estado del bienestar… Es el impuesto que se te debe aplicar si te has hecho famoso. Y si no lo cumples, eres un capullo. No hay más que hablar».