CARTA VIII

MADAME DOE A MR. SMITH: EL PERIODISMO CLON, EL PERIODISMO DE DATOS Y LOS PERIODISTAS DOMESTICADOS

Leo y releo, querido amigo, su última misiva y reconozco que envejezco. El envilecimiento ajeno y expuesto que antes me hubiera hecho reír, hoy me apena. Quizá porque supongo a los otros un afán distinto al de la mera satisfacción material (¿eso que se llamaba vocación?). Qué vacío y qué frustración habría de sentir el joven (o no tanto) periodista obligado a cantar las inmerecidas alabanzas de su jefa. Qué descrédito entre sus iguales y sus futuros empleadores al defender fraudulentamente una marca. Qué vergüenza por la bajeza de la propia debilidad o cobardía. Recuerdo los tiempos en los que obcecarse, llevar la contraria, cuestionar y perseguir al jefe con ideas peregrinas era carta común entre los aspirantes a llamarse periodistas. Hoy todo lo que se busca es complacencia, bajar la cabeza, decir sí a todo. De aquellas glorias solo veo ahora los egos de los muflones que se disputan las páginas de cultura de los periódicos (desafortunadamente, no conozco otras secciones). Muchos hombres pequeños con trabajos que les quedan grandes, expertos en quitarse de encima a compañeras más valiosas que ellos mismos a golpe de machismo. Ay, si pudiera decir nombres… Alguno hasta tendría premios literarios.

Incluso estos, aparentemente defensores de una información de calidad (y, como leemos, más estrictamente interesados en caracolear los volantes de su prosa), forman parte del ejército de hombres y mujeres domesticados que hoy escriben los medios que tan poco se venden. Periodistas convertidos en alcayatas humanas de tanto hacer la genuflexión, que se engañan desde el mismo instante en que abren o no la puerta a según qué asuntos en las páginas de sus publicaciones. Y más allá, si convenimos en que todo, absolutamente todo, es ya política. Seducido por los cohechos y sueldos del periodismo del marketing flojo, el periodista de fin de semana se han convertido hoy en un mero prescriptor de marcas encubiertas en tendencias: esto se lleva, esto no se lleva. Valiente misión para una profesión que nació pobre y heroica. El periodista domesticado es culto, inteligente, listo y cultivado; sabe todo lo que hay que leer, ver y escuchar, domina el arte de la conversación y de la etiqueta de cóctel. Y, sin embargo, no se atreve a utilizar las herramientas que se han dado para explicar y darle sentido a su mundo. Más bien al contrario: anima al consumo desideologizado, desinformado y descontextualizado de todo lo que él disfruta con más o menos consciencia. Es lo que un gran jefe que usted y yo tuvimos llamaba «escribir para la señora de Murcia». La faltaba la segunda parte del consejo: «la señora de Murcia es imbécil».

Lo de la señora de Murcia trae cola: tan imbécil la hemos hecho que ya ni se asoma al quiosco. La televisión colma todas sus expectativas de entretenimiento y diversión. Las futuras señoras de Murcia, sus hijas y sus nietas (como siguen siendo imbéciles por herencia, seguiremos aplicando el femenino del ejemplo original), ya han comprobado que lo que se escribe en el periodismo para tontos es un clon de lo que se ve en las webs: corta pega de notas de prensa, artículos foráneos reciclados o reformulación de ideas mil veces expuestas. La originalidad casi siempre colisiona con el ridículo: ahora mismo pasa por mi muro de Facebook un artículo de periodismo del fin de semana sobre qué se siente al sentarse durante ocho horas en una bola gigante de goma (esas del wellness). La idea es peregrina y el resultado no es Foster Wallace: tras la lectura no he sacado absolutamente ninguna conclusión sobre el asunto. A ver si las señoras de Murcia van a ser otras.

No digo yo, aunque se me vea el plumero, que todo lo impreso haya de ser una soflama militante, un panfleto político o un ensayo denso. La ligereza está en el corazón de las revistas para las que escribimos. Sin embargo, entre la ligereza y el vacío media un abismo. Un abismo, es cierto, lleno de lectores: da que pensar que muchas de las diez revistas multiplataforma más exitosas según la revista A-List estén más preocupadas por el cuerpo que por el espíritu. Bon Appetit, Women’s Health, Eat Well, Elle, Esquire, InStyle, Men Fitness… Quedan como alimento del cerebro la falsísima Vice (que viene a ser la Belén Esteban de los magazines) y la impecable New York Magazine, donde sí se produce el feliz encuentro entre cabezas que piensan y escriben no para el uno, sino para el otro. No hay que tener un olfato especialmente desarrollado para advertir el hambre de sentido, de significado y de contexto que tienen las audiencias lectoras en el mundo. Por alguna razón (cobardía, falta de formación, vaciedad personal), los periodistas españoles no saben escribir para el público que les espera sino para el que perdieron. Jamás tuvo una industria que vive tanto del futuro unos mandos tan viejos, anquilosados y caducos.

El asunto del viejerío viene muy bien al caso de la irrupción de ese timo llamado periodismo de datos. Venga masters de su grupo de comunicación afín vendiendo la nueva panacea para el joven aspirante a contador de historias. ¿Cambiamos palabras por cifras? Desde luego: hacen mucho menos daño y sus efectos secundarios duran un suspiro. Publiquemos fichas, facturas, excell, balances, extractos. Pero de nada sirven las cifras si el profesional no está pertrechado por el conocimiento que permita traducirlas. Los números por sí solos jamás podrán satisfacer la necesidad de conocer y entender de un lector de hoy. Pero un periodista de datos siempre será menos peligroso e incómodo que un periodista con todas las palabras en la recámara. Aún no me puedo creer que traten de arrebatárnoslas, aunque el síntoma bien le sirve al diagnóstico de fin de siglo que asiste a nuestra profesión. Si hay que tocar un fondo antes de volver a subir, ese me parece a mí el del periodismo de datos y, otra intrusión de la publicidad en zona noble, el de los contenidos patrocinados.

En una reciente conferencia en Nueva York, los CEO de Condé Nast, Hearst y Time Inc., entre otros, no solo pasaron olímpicamente de la recomendación de la Sociedad Americana de Editores de Revistas para distinguir los contenidos informativos de los publicitarios, sino que defendieron la idea de que ambos deben parecerse aún más. Efectivamente: hubo un tiempo en que las revistas eran escaparate de sueños materiales e inmateriales, escenario de lo más exquisito que podía tocar cuerpo y mente, y los periodistas andábamos a la búsqueda de aquello que más y mejor podía ponerle los dientes largos a nuestros lectores. Hoy funcionan más como un supermercado en el que los mayoristas colocan su producto, previo pago. La prescripción no se realiza en función de una previsible satisfacción, sino debido a que el mayorista paga. No estamos aquí ya ante periodistas sino, como mucho, ante copys. Periodistas domesticados copiando y pegando consignas con la tendencia como coartada. Es que eso ya no se lo traga ni la pobre señora de Murcia, chivo expiatorio de la falta de altura y cobardía de los editores, directores, subdirectores y redactores jefes que, de momento, nos dan de comer.

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